¿Cuántas veces nos quedamos con las ganas de hacer algo por el qué dirán? ¿Cuántas veces nos imaginamos haciendo todo lo que no nos atrevemos? ¿Por qué dejarlo en una simple ilusión?
Esa era la clase de preguntas que solían rondarme la cabeza. Por aquel entonces trabajaba en algo que no me llenaba y tenía más que vacio el corazón. Me sentía sola, hueca, incomprendida, estancada. Me consumía.
Necesitaba sentirme viva, pero… ¿cómo?
Sabía cómo.
Una buena mañana me dirigí al trabajo y me despedí con un hasta nunca. Antes de que acabase el día, tenía ya los billetes para la isla blanca. El barco zarpaba en cinco días.
Me metí en foros. No tardé en conocer a un DJ de Barcelona que también se había fijado Ibiza como destino. Gracias a Coco, mi perro, estaba complicado lo del alojamiento, así que decidí buscarlo con mi nuevo ciberamigo. Tic-tac… tic-tac… El tiempo corría, los días pasaban. No había nada de nada.
Finalmente, nos quedó la única opción de compartir cama de matrimonio en una habitación que alquilaban a parejas. Estaba tan entusiasmada con la idea de emprender mi primer viaje en solitario, que acepté de buen grado.
Pero la ilusión no duró demasiado. Permaneció a mi lado justo hasta el momento en el que, tras el desembarco y un breve viaje en coche, cruzaba el umbral de mi nuevo hogar.
¿Hogar, he dicho? Parecía una casa de okupas.
La planta baja estaba desbordada de “rastas” cuyos colchones se extendían hasta el jardín. Las restantes siete personas nos comprimíamos en el piso de arriba.
Pero hay más…
La dueña de la casa era vidente. Su novio estaba en busca y captura por atraco a mano armada. El tío de la habitación contigua se encontraba en libertad condicional. Y yo, que siempre había vivido protegida como una princesita, me encontraba compartiendo cama con un completo extraño al que tenía que hacer pasar por mi novio. ¡Era de locos!…
Aguanté un mes. Anécdotas para contar a mis nietos aparte, quería más intimidad. Poned que ligaba una noche. ¿Qué hacía? ¿Dónde lo metía?
Para los curiosos, mi compi de cama resultó ser un chico encantador y respetuoso que no me tocó un solo pelo. Por lo menos despierta.
Mi segundo hogar pertenecía a un argentino que parecía encantado de tenerme en su casa. Tanto que, cuando nos quedábamos solos, me preparaba la cena con velas. Todo era genial hasta que un día nos fuimos a un islote con la zodiac, perdido en medio de la nada.
Cuando me di cuenta, me había saltado encima.
Por lo visto, no le sentaron bien las calabazas. Lo digo porque, a partir de ese momento, la convivencia fue de mal en peor hasta que me tiró de casa.
De allí fui a parar a mi tercer hogar. Resultó ser una casita en mitad de la montaña en la que se respiraba una gran tranquilidad. El dueño era un italiano muy peculiar: pintor, escritor, guitarrista y hippie de la época. Vamos, todo un personaje.
Mi otra compañera era una chica un tanto extraña. Pasaba días enteros como enquistada en su habitación, que cerraba siempre bajo llave. En cierta ocasión, cotilleando, pude ver sobre su alfombra una especie de santuario. También tenía una bola de cristal, pergaminos con nombres de beatos y muchos otros objetos ideales para organizar un aquelarre. La cosa olía a kilómetros a brujería de la buena.
Un día me habló de no sé qué “asociación secreta” que no podía ser otra cosa que una secta. Que si era de gente importante, que si no podía entrar cualquiera, que si no se podía hablar jamás de lo que se veía ahí adentro, que si esto y que si aquello…

Obviamente, yo me moría de curiosidad y la escuchaba medio embobada. Para quien no lo sepa, me pierden todos esos rollos.
Así que, como era de esperar, me convertí en su mejor —¿y única?— discípula. Recuerdo, por ejemplo, cómo me enseñó a plegar con suma precisión un tanga para meterlo después en una cajetilla de cigarros. ¿Para qué narices era eso? Nunca me lo explicó. Otro día, limpiando mi dormitorio, encontré un imperdible grande clavado a un papel que rezaba la palabra AMISTAD. Supuse que era lo que ella esperaba de mí.
El italiano, en cambio, no tuvo tanta suerte. Un día, bajo su cama, encontró dos imperdibles dorados enganchados a una nota en la que ponía: ORO. Siguiendo la misma lógica, en seguida lo asociamos a dinero. Efectivamente, a los pocos días le había chorizado 450€.
Como consecuencia de esto, nos quedamos solos.
Para entonces, el verano ya estaba bastante avanzado y yo había encontrado trabajo como camarera-gogó en una de las discotecas más famosas de la isla. Seguí así hasta el último mes, cuando decidí dejármelo para disfrutar un poco de las maravillas paradisíacas de aquella isla.
En esos días acepté la visita de una persona a la que había conocido el día justo antes de partir para la isla. Iba a pasar casi una semana, veinticuatro horas al día, con un chico al que sólo conocía de un rato. ¿Y si me salía rana?
La verdad es que las vibraciones eran buenas. Decidí arriesgarme y pasamos una de las mejores semanas de nuestras vidas.
En cinco días, pasó de todo. Nos perdimos por los mejores rincones de la isla, hicimos una excursión en lancha, presenciamos una puesta de sol volando abrazados en paracaídas y recorrimos de noche el casco antiguo para acabar haciéndolo en una calle adoquinada.
Cierta noche, incluso, la pasamos en una cueva suspendida del abismo junto a algún que otro animal excesivamente “cariñoso”. Permanecimos pegados a una hoguera que hicimos arder sobre el acantilado. Y, finalmente, presenciamos cómo el amanecer se abría paso entre las olas con sus lenguas de fuego.
Nos quedaron historias pendientes, cierto. Como hacer submarinismo o dar un paseo en globo. O cosas como colaborar en un proyecto que cambiaría el mundo… ¡glups!…
Pero nos faltaron días.
El verano finalmente terminó y, con él, mi estancia en Ibiza. Sin embargo, mi nueva vida sedienta de aventura y experiencias no había hecho más que comenzar.
Pronto me encontraría perdida en Irlanda y sin idea de inglés, o recorriendo acantilados en Escocia, o bailando en una discoteca que había sido una iglesia previamente, o reencontrando la isla blanca una vez más…
Pero esto es otra historia, otro capítulo.
De momento, me conformo con daros a cada uno de vosotros el siguiente mensaje:
El que no arriesga, no gana. Nunca te quedes con ganas de hacer algo que quieres hacer, porque sólo tienes una vida. Cada día que pasa, ya no volverá. Recuerda que los días especiales los marcas tú mismo. Así que no esperes esa fecha señalada, ese momento único, para hacer algo interesante porque… Ese momento es AHORA.
¿Me sigues? A veces no hay que darles tantas vueltas a las cosas.
Y, para predicar con mi propio ejemplo, te dejo un vídeo presentando mi sección….
¿A qué esperas?… ¡¡Dale al «play»!!
httpv://www.youtube.com/watch?v=Rxo_12U8z2c
¿Te gusta mi filosofía? ¿Crees que soy la clase de persona con la que puedes entenderte y conectar? Pues si quieres intercambiar ideas, hacerme preguntas o plantear temas interesantes, te estaré esperando junto a otras compañeras en el rincón de las chicas consejeras. Puede que también aporte más historias mías en el apartado de relatos. Para accedar a estas secciones, clica en…
Texto original de Nuria revisado por Mario Luna.

Fotografía de Paco Ferrer y Fernando Ibáñez.
