Hola de nuevo.

Es posible que pienses «cuánto tiempo hacía que Evil no escribía en el blog». Y aunque no lo hubieras notado, déjame explicarte mi motivo: no tenía nada nuevo que decir.

Preciosa perogruyada: si no tienes nada que decir, mejor te callas. ¿Se te ocurre cómo aplicarlo a la seducción? Pues amigo mío, he descubierto recientemente que es básico. Y te contaré más sobre mi historia…

Soy de naturaleza parlanchina, cuando estoy rodeado de personas agradables me cuesta quedarme callado y siempre ando interesándome por los que están conmigo, hablando sobre mis cosas o diciendo tonterías. Ello me ha proporcionado buenos resultados sociales y sentimentales. Además, me ayuda para conseguir el «punto de enganche» con los sets, sean de dos-tres TB’s, de muchas TB’s o sets mixtos.

Hasta ahí bien. Pero mi «punto débil» es cuando estoy aislado con la chica. Ella ya se siente atraída por mí, desea mostrarme sus virtudes y que yo la reconozca como alguien especial, único y con mérito. Pero, por naturaleza, yo sigo con mi cháchara ligera y muchas veces la interrumpo, le cuento cosas que no necesita saber de momento e incluso parece que trato de calificarme ante ella. Total, con tanta charla evito pasar del modo social al modo romántico-sexual. Mi gran virtud se torna en un defecto terrible, el que parecía un macho alfa social es un charlatán taladrador… qué drama.

Por supuesto estoy exagerando, con la clara intención que solamente os sintáis identificados aquellos que pecáis de lengua rápida (en el contexto de hablar, malpensados…).

Llega un momento, y llega muy pronto, en el que callarse es mejor que hablar. Mirar es mejor que decir, y tocar es mejor que explicar. En cuanto me di cuenta de ello (gracias a Mario Luna, maestro de maestros) cambié mi forma de actuar nada más haber obtenido la atención de la chica que me gusta. Y lo he compartido con varios alumnos con resultados altamente espectaculares.

 

Situación de ejemplo:

Estoy mini-aislado con una chica mona, casi no sé nada de ella y yo le he contado muchas cosas sobre mí. La hago hablar de sí misma con una pregunta abierta, y está encantada de contarme su vida completa.

– La miro con la boca medio abierta, me humedezco los labios.

– Cambia mi mirada, los ojos se medio cierran y parpadeo más lento.

– Acompaso su respiración con la mía.

Al poco rato, se calla. Sonríe , le devuelvo la sonrisa. ¿Quién hablará primero? ¿Quién es capaz de soportar mejor la tensión que se ha creado?

– No me mires así – Dice sin dejar de sonreír.

Bajo la mirada, suspiro, como si me diera vergüenza. ¡Qué malvado me siento!

Vuelvo a mirarla intensamente, como alguien que se está enamorando.

– Parecías tímida al principio, pero me hablas de la universidad con un desparpajo que me encanta…

Dejo la frase en suspenso, y ella sigue hablando. Ya no entiendo el texto, sólo veo su mano. La cojo y se la acaricio. Me he acercado mucho a ella. Sigue hablando, pero se va poniendo roja.

Cuando calla nos quedamos mirando a los ojos, la cojo suavemente por la nuca, sigo apretando su mano y me acerco a sus labios muy despacio. Estoy esperando que le venza la tensión, que dé un paso atrás, que me ofrezca la mejilla… pero no lo hace. Le doy un beso y me aparto lentamente.

 

Resumen Max-vacuárico:

– Menos es más.

– Déjala hablar, les encanta.

– Comunícate más con miradas y tacto que con palabras.